29 marzo, 2014

Una pausa luego de diez años

Un día como hoy, hace diez años, me encontraba en el Auditorio del Colegio de Abogados a punto de ser parte de una de las muchas juramentaciones por las que se pasa para el ejercicio de esta profesión. Es un resabio de la Edad Media, parecido a esas construcciones viejas que tienen elementos arquitectónicos cuya única función es recordarnos que tienen mucho tiempo de estar ahí.
Mirando hacia atrás, veo cómo muchas cosas que creía resultaron ser muy distintas de lo que pensaba, y lamento enormemente la desconexión que hay entre la Universidad y el ejercicio profesional. Nadie nunca nos enseñó cómo tener una oficina, cómo conseguir clientes, o cómo ordenar tiempos, ideas y proyectos.
No quiero dar a nadie ningún consejo. Cada quien tiene su camino, y el marinero no puede aconsejar al montañista, ni a la inversa. Más que eso, creo que hay cuatro mitos que sí quisiera destruir.
1.- Es absolutamente posible ser abogado y disfrutar de la vida. Muchos colegas padecen en su salud, física y emocional, por esta profesión. Eso es sabido y hasta nos previene Couture en sus mandamientos. Hay otro aspecto más oculto. Claro que los abogados debemos ser competitivos, sagaces, estratégicos en nuestra acción y pensamiento. Pero eso es un rol, una actuación en la comedia trágica de la incapacidad humana de ponerse de acuerdo. Contrario a lo que muchos creen, es cuando uno sale de la oficina hacia su casa que debe quitarse el saco. No debe llevárselo puesto nunca. He sido feliz con lo que he aprendido y por lo que he logrado para mis clientes, pero la vida no puede ser eso. Al final, se cierran los archiveros y se apagan las luces y lo que queda es la vida que vivimos.
2.- Ser abogado es una responsabilidad que debe ejercerse con integridad. Y no me refiero a poner los intereses personales o económicos por encima de los del cliente. Hay personas creen que es correcto sacar la mejor ventaja personal de todo y actúan así de forma muy íntegra. Me refiero a mover la barrera de nuestros principios tan lejos que ya olvidamos quienes somos. Los principios deben reflejarse en las acciones. Esa es la integridad. Que los principios sean de solidaridad, honradez y servicio es otra cosa. Es una responsabilidad, porque las actuaciones como abogados tienen impacto real en las vidas de las persona, complicando o resolviendo situaciones y esto debe de hacerse tratando de llevar siempre las situaciones a la definición de Justicia que uno tenga. Caso contrario, creo, que mirar hacia atrás puede ser triste.
3.- La ley de la siembra y la cosecha es ineludible. Desde el inicio he creído en que un profesional debe dar más de lo que recibe. No su tiempo, claro. Me refiero a que debe de aportar a la sociedad primero, antes de tomar de ella. Es un principio básico de crecimiento económico para agregar más riqueza de la que tomo. Y muy ligado a eso debe sembrar antes de recolectar. Lo contrario puede llevar a frutos sin carne, o de fincas ajenas.
4.- Ser abogado no es un pilar de la sociedad. Tenemos la manía de creer que somos esenciales para el desarrollo del mundo, y debemos ser los primeros en entender que somos solamente una pieza más con otros colegas, profesionales y personas en general.  A lo más que debemos aspirar es a no ser la pieza que traba el avance de la máquina. Aspirar a más puede llevar a totalitarismos de Estado, que como los de la fe o cualquier otro, son la cara más triste de la Humanidad, por la que deberemos ser perdonados algún día, quizás.


No digo, claro, que todo lo haya cumplido. Ni de lejos. Todo esto dicho al revés fue usual en determinado momento de mi carrera, y las ideas que comento son el resultado de esos errores. La lección queda, sin embargo. Y el agradecimiento a todas esas personas que contribuyeron para que hoy pueda estar en este punto de mi vida.